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son voluntarias, resultando un gran número
de programas sin controles de calidad. Por
ejemplo, de los 8 522 programas de posgrado
que hay en México (Villa y Ponce, 2011),
menos de un 20% está incluido en el Padrón
de Posgrados de Calidad del Consejo Nacional
de Ciencia y Tecnología (Conacyt) (Luchilo,
2010, p. 21).
Si bien es cierto que el aumento en la matrícula
de posgrado en México pudiera ser un indicador
de los aciertos de las políticas sobre educación,
no podemos obviar la importancia de la efi-
ciencia terminal, que, a decir de López, Albíter y
Ramírez (2008), es la medida reina si queremos
evaluar la productividad de las instituciones de
educación superior.
Todo lo anterior nos hace reflexionar sobre ne-
cesidades de cambio. Cambio, primero, en el
docente, que debe elevar y perfeccionar su nivel
profesional, y cambio, segundo, en las políticas
públicas que favorezcan la formación de investi-
gadores en nuestro país.
A este respecto, consideramos que la biblioteca
académica juega un papel clave en este cambio
necesario. Razón por la cual, en el próximo ca-
pítulo analizaremos el rol de la biblioteca en la
formación de investigadores.